sábado, 15 de noviembre de 2014

Sexo, morbo y nazismo: ¿qué son los Stalags?

Por Brenda Ficher 

Un paracaidista del Ejército aliado es apresado en un Stammlager (campo permanente) por una cuadrilla de oficiales de las SS (Schutzstaffel en alemán o “escuadras” en español). No son hombres quienes lo aprisionan, sino mujeres, y mujeres rubias, vestidas con uniformes militares pegados al cuerpo. El pelo corto sugiere un delicado cuello, y un pronunciado escote revela las generosas curvas. A partir de la captura, el aliado será sometido a los maltratos ya conocidos en un campo de concentración de la Segunda Guerra Mundial, con un agregado bastante particular: las mujeres lo someterán a vejaciones corporales y violaciones sadomasoquistas. De esto trataban las historietas Stalag, donde se mostraba a oficiales mujeres de las SS, una organización militar, política, policial, penitenciaria y de seguridad de la Alemania nazi, sometiendo a prisioneros judíos en los campos. Comenzaron a circular en la sociedad israelí en 1961, cuando se llevaba a cabo el juicio contra el jerarca nazi Adolf Eichmann. En las historietas, había escenas explícitas de sexo y sometimiento con látigos y demás elementos. 





Si bien causaron cierto rechazo en la sociedad, también fueron consumidas con voracidad, debido al hambre de una sociedad por una historia silenciada por largos años. Aunque los Stalags parecían originalmente escritos en inglés, y por autores estadounidenses, los verdaderos creadores fueron los supuestos traductores al hebreo. Se trataba, evidentemente, de una medida que permitía justificar los escrúpulos de los lectores. Durante décadas, estos escritores judíos trataron de mantenerse en el anonimato, aunque hoy día se conocen nombres, como el del poeta Maxim Gilan, Eli Keidar y el autor del primer Stalag (Stalag 13), que firmaba todas sus obras como Mike Baden, cuya familia materna fue asesinada en los campos. La película Más de 50 años después, el documental “Stalags – Holocaust and Pornography” (“Stalags – Holocausto y Pornografía”), de Ari Libsker, volvió a poner el tema en discusión a través de testimonios de los creadores de las historietas. La película se proyectó en Buenos Aires, en el marco del Festival Internacional de Cine Independiente (BAFICI), pero la temática no tuvo una mayor repercusión. Florencia Chattah, docente de la materia Historia Judía en la Escuela Técnica ORT II, y estudiante de Ciencia Política en la UBA, utiliza la información del documental para ofrecer un nuevo acercamiento a sus alumnos. Hay que tener en cuenta que a la problemática de enseñar cuestiones relacionadas con el sexo y la pornografía se le suma el conflicto de un discurso imperante, junto a las limitaciones de los valores que se ponen en juego en la enseñanza en general, y en el Holocausto en particular. Por ello, debió ser cautelosa a la hora de exponerlo en el aula. “Uno de los problemas de la enseñanza de la historia es la manera en que puede ser contada, representada.




 Los límites, en definitiva. ¿Cuál es la representación que se puede dar de un genocidio, de sucesos que no son posibles de ser dimensionados? Está el problema del número, de cómo construimos y con qué objetivo. Recuerdo que cuando salió la película ‘La Vida es Bella’ hubo controversias. Abrió un fuerte debate en torno al objetivo de representar un hecho histórico y si es dar siempre una muestra fiel o no. Puso la discusión por fuera de los especialistas; nos hizo preguntarnos si queríamos transmitir un valor, una representación fiel y puntual –como la de Claude Lanzmann en la película ‘Shoah’–, o si queríamos mostrar el amor y la vida dentro de un contexto complejo y deshumanizante”, reflexiona Chattah ante La U. “Hay un deber ser de qué se recuerda, cómo se recuerda y cómo se transmite. No es casualidad, incluso, que el documental sea una película del cine independiente”, agrega sobre el filme de Libsker. La estética y el morbo Lior Zylberman, becario del Conicet, sociólogo, master en Comunicación y Cultura, doctor en Ciencias sociales (su tesis abordó las relaciones entre imagen y memoria) y docente de la carrera de Imagen y Sonido en la FADU, resalta el culto al cuerpo y al cuidado como partes de la estética nazi. Además, destaca que era “bien visto, y hasta deseado, que las mujeres “puras” (es decir, las mujeres arias dentro de la cosmovisión nazi) dieran gran cantidad de hijos al Führer”. Así, le dice a La U, “los mitos, y los no tan mitos que circulaban en la época –incluso caricaturas y bromas– tenían como objeto las prácticas sexuales de los líderes nazis”. Por otra parte, “el campo era todo lo contrario, era el espacio de excepción por excelencia”. Por esto, justamente, en “donde no hubo ley, donde todo era exceso, lo desagradable se volvió una fantasía sin final. Los Stalags recogen todo eso y, en sus orígenes, son también una forma de interpelar al pasado desde el morbo, volviéndolo, si se quiere, una estética. Al tomar hechos históricos, ya sean lugares, coordenadas temporales o incluso personajes, la historia se desvirtúa oscilando entre lo excitante y lo morboso”. El silencio y lo desconocido son tierra fértil para el desarrollo del morbo, más en un contexto donde el horror era silenciado; por eso, el desarrollo de historias con un alto porcentaje de fantasía encuentra allí un buen marco. 

En la trama de una generación de hijos víctimas de los campos, que no conocían las historias de sus progenitores, se anclaron los Stalag: “Si bien el juicio creó el clima propicio para que se comenzara a hablar de la temática, otras esferas quedaron en el mismo silencio. Una pregunta recurrente al sobreviviente, que la encontramos incluso aquí, en aquellos que sobrevivieron a los campos de la última dictadura militar, es por qué sobrevivió. La víctima vuelve a ser victimizada. En torno a ello se crea una serie de sospechas y acusaciones y se forma un clima de represión y de rumores. Así, se propicia que los padres no puedan contar a sus hijos su propia experiencia. Los Stalags, entonces, surgen también de esa fantasía, del ‘¿qué habrá sucedido allí?’ y, a su vez, al no poder dialogar, las fantasías poseen plena libertad”, enfatiza Zylberman. En la misma línea, Chattah asegura que las historietas aparecen como una alternativa distinta y novedosa: “Todo eso que no se decía salió por algún lado. Los Stalags aparecen como la voz social de lo que no es políticamente correcto, de lo que nadie quería escuchar y todos querían saber”. La ficción puede ser pensada como una forma de narrar algo que todavía no había empezado a ser narrado. También como una manifestación artística que permite elaborar lo traumático, una manera de resignificar una situación para que no sea tan dolorosa y pueda tener otro sentido. Así, “los Stalags, esos shocks que generaron, también pueden ser leídos como la fantasía de una generación que desconoce, digamos por omisión, por silencio, por imposibilidad de diálogo generacional, lo que sus padres atravesaron”, dice Zylberman. Si bien no tuvieron una fama que lograra trascenderlos y ubicarlos en el plano del conocimiento que se tiene sobre la producción en torno a la Shoah, sí pudieron dejar una impronta y, como asegura el sociólogo, “iniciaron un camino estético que, hasta el día de hoy, continúa repercutiendo”. De hecho, pueden ser incluidos dentro de la llamada “estética kitsch” del Holocausto, en donde también pueden situarse a la película “La lista de Schindler”, el cómic Maus, de Art Spiegelman, y la miniserie Holocausto. Las repercusiones Durante unos pocos años, los Stalag fueron una especie de best-seller del under, pero la recepción que tuvo en los sobrevivientes de los campos y la crudeza cada vez mayor de sus historias (el abogado Nachman Goldberg, por ejemplo, recurrió incluso al canibalismo y al incesto en El monstruo del Stalag del horror) hicieron que, de a poco y pese a su creciente popularidad, fueran retirándose del mercado. 




El golpe final fue asestado cuando apareció Yo fui la puta particular del coronel Schultz, el Stalag más popular, que invertía la estructura habitual del género: de mujeres torturando a hombres, se pasó a lo opuesto. Esta historieta en particular fue acusada de ser pornografía vestida de literatura y, a través de publicidad oficial, se recomendó que fuera puesta fuera de circulación. Cada ejemplar fue destruido por la Policía. La apropiación del discurso Como todo en la historia humana, el desarrollo de los acontecimientos y la forma discursiva de plantear lo sucedido está regido por luchas intrínsecas de un poder que determina no solo qué se va a contar, sino cómo. En este sentido, Zylberman asegura que “desde la academia siempre se criticó la aproximación a este tema desde una estética popular”. En esta línea, Chattah cuenta que el monopolio educativo de la enseñanza del Holocausto lo tiene el museo Yad Vashem, en Jerusalem, autodefinido en su sitio web como “centro mundial de documentación, investigación, educación y conmemoración del Holocausto”. No por ello hay que dejar de lado otro tipo de aproximaciones hacia lo que fue. “También es la cultura popular la que tiene un rol importante en la construcción, siendo así un actor de suma importancia, no solo por lo que narra sino también por lo que propone, lo que inicia o puede generar”, enumera el docente de la FADU. 



 Es importante recordar que el público que recibió y consumió estas historias era joven, a veces hijos de sobrevivientes. Según Chattah, “intentaban deconstruir para construir ese pasado a través de la propia animalidad de los hechos. De hecho, nos podemos preguntar por qué de ésta manera, por qué tiene que haber un sometimiento, por qué la necesidad de responder a la violencia con más violencia”; y aventura una aproximación en directa relación con el juicio a Eichmann: “Hoy en día, y en aquel momento, la justicia es de hombre a hombre. Si uno deshumaniza al perpetrador pierde la posibilidad de juzgarlo o de analizarlo en toda su humanidad. Sacar la animalidad del hombre a la superficie es una forma de humanizar, porque el sexo humaniza. Esto es una contraposición con un sistema hiperburocratizado, el nazi, y está en directa relación con el exterminio. No hay que olvidar que la hiperracionaización de las cosas es una forma de quitarle entidad a lo humano, sobre todo porque el hombre no es pura razón”. La casa de las muñecas, una influencia para los Stalags Otra figura controversial, y que recorre la temática de la pornografía en el Holocausto, es la del barranco de las prisioneras-prostitutas. “El testimonio de La casa de las muñecas, de Ka Tzetnik (un nombre ficticio que deriva de la abreviatura KZ, de la palabra alemana Konzentrationslager, y que designa a un preso de un campo de concentración) es hasta hoy tiene una figura controversial y no se sabe si existió o no lo que él plantea en su libro”, asegura Chattah. De hecho, el autor escondido atrás del seudónimo, Yehiel De-Nur, ha sido acusado de inventar su existencia, dado que, en el libro, relata la experiencia de una supuesta hermana, que muchos detractores aseguran que no existió. De todas maneras, el relato sirvió de inspiración para la creación de los Stalag. “Algunos campos tuvieron sus burdeles, y en ellos ‘trabajaba’ un equipo de prisioneras-prostitutas (las comillas son debido a la condición de trabajo esclavo)”, relata Zylberman, y sigue: “Creo que este tipo de literatura intenta, en forma morbosa, demostrar que los campos eran sitios muchos más complejos de los que se piensan.

 Algunos campos de concentración (no me refiero a los de exterminio) eran verdaderas ciudades, y en los campos no solo habitaba la figura que conocemos del prisionero, sino que también habían ladrones, complejos sistemas de redes de tráfico de comida y otros productos y, lógicamente, también prostitución. A su manera, este libro junto a los Stalags dieron a conocer esos bajos mundos. Por eso creo que, más allá de lo morboso, estas obras tienen algo que decirnos y transmitirnos”. Otras historieta: el caso Maus Si bien hoy es aceptada e incluso estudiada académicamente y presentada en muestras de artes y museos, en su momento fue muy desprestigiada. Aunque no trabaje lo morboso, o por lo menos del mismo modo que los Stalags, el hecho de que el Holocausto haya sido objeto de un género popular como el cómic trajo consigo numerosas y fuertes críticas. Lo sugerente, y ahí también podemos encontrar puntos de encuentro con los Stalgs es que Art Spiegelman tenía una necesidad de contar la historia de su padre, y, a la vez, la relación de él con su padre sobreviviente. Nace entonces de una necesidad, podríamos decir, generacional”, asegura Lior Zylberman.



1 comentario:

  1. muy buen post, los nazis tienen un sin fin de misterios, gracias por la informacion. saludos

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